Con el inicio de la cuarentena
hace más de sesenta días, a raíz de la pandemia del COVID 19, se vieron
frustradas las labores escolares presenciales en nuestro país. Desde entonces
el sistema educativo en todos sus niveles ha pasado de la pizarra de acrílico o
cemento a las pantallas de una tablet o la computadora. Ensayo que además ha
involucrado a los medios convencionales de comunicación como la televisión y la
radio, esta última de mayor cobertura a nivel nacional, felizmente.
Este proceso inesperado ha
visibilizado las brechas informáticas en el Perú. Es decir, frente a esta
necesidad de enseñar por estos medios nos hemos encontrado con grandes
deficiencias, desde la débil y saturada señal del internet cuyo costo no es
accesible para las grandes mayorías, ni la experticia debida de los profesores en
el uso de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC), sumada a ella
la decidía de algunos estudiantes que si
bien son hábiles para el aprendizaje y manejo rutinario de computadora y
teléfono aún no se adaptan por las horas de clase en casa con limitaciones de
espacio, en muchos de los casos, y la indiferencia en otros.
Es que todo fue apresurado, la
pandemia que, a pesar de su presencia en Wuhan, China, para el resto del mundo
como el Perú considerábamos lejana su presencia y que este mortal virus nunca
llegaría. Pero llegó, y llegó generando miedo y zozobra a una población que no
está preparada para prevenir enfermedades, a una población que le reta hoy a la
enfermedad y a todas las medidas que implementa el gobierno del presidente
Martín Vizcarra, porque sigue considerando que no les tocará y que la necesidad
de trabajar prima para la sobrevivencia del entorno familiar. Si pues, esa es
la triste realidad. Escuché decir “puedo morirme de covid, pero no de hambre”
A estas alturas de la pandemia
donde los docentes nos estamos alineando en el manejo de las TIC, los padres de
familia continúan reclamando el descuento de las cuotas mensuales de los
colegios privados por la enseñanza de sus hijos, los alumnos mirando y
escuchando paso a paso las clases en el televisor, la radio o la computadora,
dentro de un encierro obligatorio, desfilan muertos y familias sentidas por la
pérdida de sus seres queridos que les arrebata despiadadamente el virus que su insignificancia
en el tamaño se agiganta por su magnificencia ante la imposibilidad de siquiera
darle el último adiós a su víctima.
Mientras no tomemos conciencia
que estando en casa estamos más seguros y protegidos, seguiremos indolentes
siguiendo mañana a mañana las noticias con los muertos por el Covid, mientras el
llanto desgarrador de los familiares nos trastoca y trae a la realidad. Si
pues, debemos, tenemos que quedarnos en casa, ahora más que nunca.