Cavino Simeón Cautivo Grasa, alcalde de Huarmey, vuelve a ser el centro de la polémica en Áncash.
Tras abandonar su cuarto partido político en menos de cinco años, ahora busca la gobernación regional con Acción Popular, consolidando una trayectoria marcada por el transfuguismo y el oportunismo. Su historia partidaria —que incluye fugas de El Maicito, Socios por Áncash, Somos Perú y, recientemente, el efímero PRIN— refleja una ausencia de principios ideológicos y una búsqueda constante de plataformas para satisfacer ambiciones personales, incluso a costa de descuidar su gestión municipal.
Cautivo Grasa, actual alcalde electo por El Maicito, inició su viaje político en Socios por Áncash el 2024 para aspirar a la gobernación, movimiento liderado por Domingo Caldas. Sin embargo, ante el posible colapso de los movimientos regionales, saltó a Somos Perú en julio de 2024, buscando la candidatura a gobernador. Cuando el partido anunció por el exgobernador Juan Carlos Morillo, renunció abruptamente. Su siguiente escala fue el PRIN, donde alcanzó a afiliarse formalmente antes de anunciar nuevamente una deserción. Ahora, según fuentes internas, negocia con Acción Popular, partido que, paradójicamente, se autodefine como «institucionalista».

Mientras Cautivo cambia de siglas como si fueran prendas desechables, Huarmey padece las consecuencias de su gestión negligente. El escándalo de brevetes irregulares para motociclistas —que obligó al Ministerio de Transportes a revocar licencias— es solo uno de los casos. Vecinos denuncian desatención en obras públicas y priorización de actos proselitistas sobre necesidades urgentes, como el manejo de residuos y la seguridad ciudadana.
La posible acogida de Cautivo por parte de Acción Popular genera escozor incluso entre sus bases históricas. «¿Es este el legado que quiere defender un partido que fue símbolo de democracia?», cuestionó un exdirigente del grupo, en alusión a la herencia de Fernando Belaúnde Terry. La decisión podría interpretarse como un acto de desesperación electoral o, peor aún, como una normalización de la falta de ética política.